Deporte y política: Nada nuevo bajo el sol
“Lo que fue, eso será; lo que se hizo, ese se hará. Nada nuevo hay bajo el sol. Si algo hay de que se diga: «Mira, eso sí que es nuevo», aun eso ya sucedía en los siglos que nos precedieron.” (Ecl. 1,9–10)
Las relaciones entre deporte y política no deberían sorprender. Lo cual no signifique que sean de nuestro agrado. Los Estados tienen políticas dirigidas al deporte y su justificación puede ser amplia. Está el bienestar integral de la población, por ejemplo. La visión del deporte desde los tiempos de Juan Pablo II, por poner el caso de la sede de san Pedro, tenía que ver con los valores. Algo encomiable. Lo cual no ha eximido a los portales religiosos, inclusive los católicos, de realizar reportajes sobre deportistas devotos o destacar las actitudes de fe durante las competiciones de algunos de ellos. En las actuales, la primera medalla olímpica a un deportista filipino correspondió a la levantadora de pesas Hidilyn Díaz, que exhibió la dorada junto con la medalla de la Virgen Milagrosa. En las de Río hubo un centro de atención interreligiosa con cuatro “capellanes” por cada religión: cristianismo (que tenía tanto para católicos como para otras denominaciones), el islamismo, el judaísmo, el hinduismo y el budismo. Puede que no nos extrañe los brazos elevados al cielo, quienes se arrodillen o postren o se reúnan en corro para orar. Pero en otro tiempo eso no era bien visto, aunque si se mezcla con política la combinación es otra, como en el caso del futbolista Tomer Hemed. Recuerdo haber leído del caso de un corredor de alguna denominación cristiana, que corrió en sábado porque lo hizo con la Biblia en su mano. Otro caso fue en 1924 el de Eric Liddell: hijo de unos misioneros cristianos de la iglesia congregacionista, nunca corría en domingo, por lo que no asistió a la final de los cien metros en las olimpíadas de París.
Pero, regresando a la política, en algo al menos más cercano a ella, están las universidades en el mundo y particularmente las norteamericanas. Parte de su prestigio también tiene que ver con sus logros deportivos, aumentando o disminuyendo según el desempeño de sus atletas y deportistas. Tal es el valor que un buen deportista puede ser perfectamente becado, aunque sea también exigido académicamente.
El tema lo he visto por lo menos desde que era adolescente. En el libro de la biblioteca Salvat de Grandes Temas, Deporte y sociedad, hacía mención a dicha relación, que pareciera incómoda. Además de servir de bandera para demostrar las bondades del sistema (sea Estados Unidos y el liberalismo occidental, la Unión Soviética y el comunismo o Cuba, como el gigante enano). Caso recordado el de 1956, cuando en las piscinas de Melbourne, durante los juegos olímpicos, el wáter polo resolvió entre iguales, la humillación vivida en Hungría de la invasión soviética. Un mes atrás el gigante comunista impuso sus dientes de fierro, con tanques, soldados y bombardeos, sobre un país que se había levantado pidiendo libertad y reformas. En la justa olímpica el equipo húngaro derrotó 4 a 0 a la representación soviética, con blood in the water (traducido como “baño de sangre” en español, cuando lo que quiere decir es “sangre en el agua”, para aludir al corte bajo el pómulo del capitán húngaro, Zador[i].
Más si nos remitimos al III Reich, las olimpíadas de Berlín de 1936 quisieron ser para el régimen el escaparate donde demostrar la supremacía aria (que no consiguieron). En Kiev, un equipo conformado por exjugadores del Dínamo derrotó sistemáticamente a los equipos de alemanes con los que le hicieron jugar; el resultado luego del último partido, llamado El partido de la Muerte, fue su encarcelamiento, tortura, envío a campos de exterminio y muerte de algunos de ellos. El puño del The Black Power se alzó en México 68: los velocistas de color norteamericano, Evans, James y Freeman, fueron descalificados por tal gesto. Por no dejar de recordar el dantesco secuestro dentro del avión del equipo olímpico israelí por grupos de la OLP, en el aeropuerto de Múnich, durante las Olimpíadas del 72.
Así que ningún deportista tiene por qué manifestar sorpresa si se da una relación, del tipo que sea, entre deporte y política. Porque, cuando los países tienen políticas deportivas reales, lo que justifica dicho gasto, además de la extensión de la práctica deportiva (con los beneficios de salud que trae), son las preseas que se cosechan en las justas internacionales. De nuevo, en el contexto de la Guerra fría, era evidente la disputa entre dos modelos que aspiraban a ser referencia para el resto de los países. Y, en la actualidad, en el contexto de micro Guerra fría, sobre todo en países como el nuestro, tal cosa resulta evidente.
Ningún deportista tiene por qué manifestar sorpresa si se da una relación, del tipo que sea, entre deporte y política
El problema, sin embargo, es la burda comedia presentada en dos actos: Cuando el Estado quiso ser el único y absoluto patrocinador del deporte, lo que significó, en la práctica, fue que la marca “Polar” fuese canjeada por la marca “PDVSA”. Dos empresas distintas, con propietarios distintos, que venden productos disímiles, pero, sobre todo, que representan ideologías distintas de modelos distintos. Desembarazarse de un incómodo contrincante a través de una decisión gubernamental, además de un golpe bajo donde uno tiene toda la ventaja y el otro todas las de perder, no deja opción para reaccionar. Tal solo permitía acaparar todos los méritos de lo que ocurriera en el deporte. Caso distinto hubiera sido un desplazamiento progresivo, en el terreno, del apoyo concreto y efectivo de uno sacando del juego al otro, que en este caso es el privado competidor.
Pero en este país bufo, lejos por suerte y desgracia de los socialismos reales (fracasados todos ellos, excepto el mixto del modelo chino, que quiere lo mejor del control único mientras los demás echan el resto para producir según un modelo capitalista -y los obreros cuentan lo que los peones en una partida de ajedrez), poco convencimiento y mucho de aprovechamiento hay. Debe ser difícil conseguir en Venezuela un deportista de talla olímpica como el cubano que gritó “Patria o muerte”. Así que funcionan los chantajes en forma de reconocimientos, sin argumentación legal ni contemplado en políticas de Estado, que un joven deportista considere que su medalla la puede canjear por una casa. Acepto la política de apoyo a los deportistas, pero de manera diáfana y transparente y no como concesión soberana de la graciosa majestad, que, en caso de antipatías, no se le otorga.
Quienes sufren de daltonismo ideológico, no reconocen el mérito de los patrocinantes privados en el deporte, inclusive para los atletas nacionales
Los deportistas deben saber que van a lidiar con esto. Y deben añadir a sus cuentas que, quienes buscan proyectar el éxito revolucionario con los logros del deporte, son los que han reprimido, saqueado y matado al pueblo. No es vaga impresión, sino con la precisión de informes imparciales de agencias de Naciones Unidas. Ellos verán si se prestan para la chanza. Pero luego no digan que no sabían.
Por cierto, quienes sufren de daltonismo ideológico, no reconocen el mérito de los patrocinantes privados en el deporte, inclusive para los atletas nacionales. Menos se dan cuenta de cómo se ha iniciado un movimiento para humanizar algunos de los contratos de imagen. Pienso en las críticas hacia Nike y Adidas, sea despreciar el talento de algún deportista premiado o por las condiciones sofocantes a que someten a sus contrapartes. Lo que hace que marcas nuevas como Athleta, del gigante GAP, gane adhesiones.
[i] Freedom’s Fury es el documental producido por Lucy Liu y Quentin Tarantino, en el 2006, sobre estos acontecimientos.