Doce de octubre: ¿descubrimiento? ¿algo nuevo que descubrir?
Un festival musical. Mientras suena la música, se ven detonaciones en la distancia. En pocos minutos es la hecatombe. Muertos, heridos, violados. Un campo de destrozos. Gente huyendo por su vida. Familias escondidas en sus casas. Ráfagas de tiros. Soldados israelíes muertos y ultrajados. Heridos exhibidos por las calles de Gaza. Celebración demencial. Tres días después el Hamas dice haber logrado su objetivo. Indica que está dispuesto a dialogar. A dialogar encima de cadáveres, cicatrices emocionales y carnales, el luto de familias, el pánico. Importa poco que los civiles no puedan ser objetivo militar. Por la fuerza quieren el reconocimiento. Los gobiernos y partidos de izquierda, que se llaman progresistas por vergüenza u ocultamiento al término real, que es marxistas, callan o apoyan la causa del Hamas, que no es la causa palestina. Rusia llama al cese de hostilidades por ambas partes, equiparándolos. Esos mismos que, en Occidente y entre los hispanoparlantes, apostrofarán como invasión imperialista lo acontecido el 12 de octubre de 1492.
Lo curioso es que el marxismo, en su momento, buscó ceñirse a un análisis racional. O sea, lo que le daba fuerza era su capacidad de disección de la realidad. El mismo evolucionismo darwiniano quiso verterse en el llamado materialismo dialéctico. Y la premisa de Lenin fue que un marxista no tenía temor de la realidad, por lo que cualquier asunto podía ser debatido. Luego de más de 140 años de la publicación de Der Kapital, los argumentos se ocultan y esgrimen a conveniencia, con tácticas más cercanas a Göbbels que a Marx.
Desde este trasfondo hay que asomarse al 12 de octubre. Difícil de etiquetar como Descubrimiento, Encuentro de dos mundos o Invasión. Y la primera dificultad no es histórica sino política. Quienes esgrimen posturas virulentas lo hacen desde el interés político de defender e imponer una visión del mundo, y no solo del pasado. Cuestión que pudiera también afirmarse del lado contrario y sus reacciones. Sin caer en la ingenuidad de considerar que la efemérides, celebrada con una buena dosis de inocencia por la gente, no tuviera efectos intencionales de amalgamar una explicación ideológica. La inocencia se perdió y se termina siendo víctimas de las interpretaciones interesadas.
Quienes accionan desde los Derechos Humanos sabemos las condiciones en las que son obligados a vivir nuestros indígenas (los pueblos originarios) en la actualidad. El recuerdo de ellos ha sido más folclórico que reivindicativo. La deuda histórica es una bandera sin contenido. Los artículos de las leyes son letra muerta cuando se trata de aplicarlas. Pero sirve como para autopromoción del régimen de turno, por supuesto.
Así que, queriendo dejar a un lado su uso político (no las consecuencias políticas de la historia y su interpretación), la pregunta habría que hacérsela a los especialistas. Desde la historia ¿qué ocurrió el 12 de octubre? La pregunta no es ni ingenua ni académica. Busca contestar algo totalmente actual. Cuando abro los ojos y veo a mi alrededor, cuando tomo conciencia de la cultura a la que pertenezco, a la forma de relacionarse, a los valores y aspiraciones ¿Qué valoración hago? ¿Cómo llegamos hasta aquí?
El padre Pedro Trigo aludía hacia 1998 sobre el asunto de los paradigmas: ¿cuál es mi punto de partida? Si mi valoración actual es absolutamente negativa, supondré que los orígenes también lo fueron, salvo que se trate de algo que torció el camino en algún momento. Si mi valoración es positiva, supondré que se debe a algo bueno o en los orígenes o en el proceso. Paul Johnson, un reconocido historiador norteamericano, quizás tradicional, no elude las sombras de la historia norteamericana, pero se pregunta sobre cómo asumirlas y transformarlas. A algo así está obligada a hacer Latinoamérica.
La configuración del espacio y su relación con la naturaleza está marcada por las formas de organización social y económico de Occidente. Esto tiene aspectos buenos y malos. Pero la reacción ecologista es igualmente una respuesta occidental ante el impacto de la producción económica. Y el legado de Marx, sea o no vigente, o de aquellos con los que buscaba antagonizar, Adam Smith y David Ricardo, son occidentales. Lo cual no implica que Occidente no deba reinventarse, para no repetir errores o quedarse contando sus glorias pasadas.
La ciudad existe porque ese invento con rasgos griegos lo trajeron los europeos (los españoles). Más allá de la configuración de las ciudades aztecas, incas o mayas. Sobre ese núcleo urbano nacieron las poblaciones que encontramos por doquier.
En algunos países la explotación minera prevaleció. En Venezuela se fue gestando una sociedad agraria en base al ganado, luego al cacao y por último el café. Las relaciones sociales, muy conflictivas, provienen de la manera como las concebían: diferenciadas y jerarquizadas, donde el peninsular (español) estaba por encima del americano (español) y así en lo sucesivo. Pero el Imperio español también creó o permitió instituciones para la atención de quienes consideraba sus súbditos, sea hospitales, orfanatos o tantos otros.
En las vísperas de la Independencia, una buena parte de los coterráneos se sentían muy a gusto como españoles americanos. Y los mulatos y demás les parecía mejor estar cuadrados con Boves o Monteverde que con cualquiera de los criollos. La cultura, y los indicios que aporta la gastronomía, no son puristas sino una mezcolanza de sabores e ingredientes. Y también la música. Y el español (o castellano) venezolano, inclusive el más depurado, tiene una marca idiomática que lo diferencia buenamente, como ocurre con el español de otras partes del suelo americano.
Los conflictos forman parte de la historia del hombre (tanto en el sentido genérico de ser humano como en el sentido del varón, que ha prevalecido en las relaciones de poder). Y son conflictos con raíces históricas. No se trata de blanquear (si se puede decir) todo pasado. Se trata de evitar versiones insípidas de las dinámicas sociales. Las invasiones han existido desde la antigüedad. Y la incursión de Hamas en Israel y de Rusia en Ucrania son una muestra de que tales cosas no han desaparecido, por prohibidas que estén por Naciones Unidas. Los movimientos migratorios de los pueblos siempre fueron hacia las regiones con mejores condiciones para vivir, que en la mayoría de los casos estaban ya pobladas. Aparece en la historia bíblica de Israel, pero también con el Imperio romano o la conformación paulatina de España, que son los casos que me vienen a la mente.
Pero la conquista no fue una invasión, si bien tienen rasgos de ella. Si la población indígena de 1492 se calculaba en 60 millones de personas, ello supone dos veces la cantidad de habitantes de Venezuela antes de la migración. Algo así como una quinta parte de la población en Norteamérica. Es decir, había muchísimo territorio disponible, sin poder catalogarlo como “propiedad de”, concepto lejano a la mentalidad indígena. En Norteamérica los colonos se asentaban sin problemas en territorios despoblados, así como eran tratados de manera inclemente si lo hacían en una zona dominada por alguna etnia originaria. Esto no justifica las relaciones que se gestaron luego de la independencia norteamericana, pues los indios se relacionaban con los ingleses como sus aliados y luego fueron diezmados y confinados a reservas. Ni la manera de tratar la naturaleza, cuando la cacería se transformó en deporte y diversión. Por no considerar los problemas medioambientales, como los afluentes sin agua que “desembocan” en México, como el río Colorado en la población de Baja California de Tijuana.
La misma concepción occidental de países y territorios no existía para los indígenas (les fue impuesto). Por lo que considerar a Venezuela como una unidad aborigen que enfrenta una invasión es anacrónico. La unidad territorial se consiguió por decreto real en 1777. Hubo “naciones” indígenas en todo el continente que vieron al europeo como aliado contra otros pueblos indígenas. Y Humboldt y Bonpland recorrieron el río Negro hasta el Amazonas, acompañados de indígenas, por sitios tan desconocidos para ellos que ni siquiera les habían dado un nombre. El sentido de territorio y de nación, de la edad moderna, no encuentra una rivalidad en América que busque ubicar los postes que limitan los territorios. Lo que no niega la codicia y el absurdo de la explotación del oro, la plata y las perlas a cualquier precio.
Queda el legado del idioma y la religión. Sin olvidar que en muchas partes hay un multiculturalismo con lenguas propias, el español ha conseguido mimetizarse con la geografía americana. Un Gabriel García Márquez se comunicaba en un español costeño de Colombia, como Borges lo hacía desde un español bonaerense o Mario Vargas Llosa desde un depurado español macerado en Perú. Así que no creo que nadie denigre de hablar la lengua de los conquistadores, porque entre aquella lengua y esta ha habido grandes transformaciones a mejor, y en suelo americano.
Complicado resulta el legado de la fe. Para quienes somos cristianos, y no de manera ideológica sino con consecuencias y exigencias, la fe es plus invalorable. Experiencialmente es la relación con el Cristo vivo, al modo de santa Teresa, que introduce en el misticismo cristiano, que se codea con los místicos de cualquier tiempo y religión. Deja de lado las prácticas chamánicas, que algunos buscan valorar hoy en día. Y el uso de cualquier sustancia que lleve a un estado de “trance” inducido. Nadie reivindica las leyendas generalizadas, que pudieron tener bases reales, de bautizos en masa de los indios que iban a ser masacrados (para bautizar en situaciones fuera de lo común no hace falta un sacerdote, por lo que, lo que pudiera haber de cierto, no significa necesariamente una complicidad tan atroz).
Pero el simplismo de matices olvida el terror del olimpo azteca, sediento de sacrificios humanos. De las pocas excepciones, sino la única, por la que el padre Francisco de Vitoria justificaba el uso de la violencia contra los indígenas que practicaban los sacrificios humanos, pues del resto su posición fue de acérrimo defensor. Los mayas también los ofrecieron, sin que pueda suponer otras prácticas religiosas. Por más que se quiere reeditar cierto animismo o vitalismo en la naturaleza, la fe cristiana redujo lo que se consideraba “sobrenatural” al ámbito sacramental. Lo cual no niega la sensibilidad insaciable por identificar milagros o intervenciones inexplicables, o la invocación de los santos en la colonia para cantidad de necesidades. Pero la reducción de lo inexplicable, o de lo explicable como consecuencia a la cercanía del Dios bíblico, permitió el uso de la razón como manera de desentrañar los misterios. Cuestión que, cuando se extrema, permite una racionalización total de la realidad que niega lo religioso a favor de la explicación científica.
El problema del 12 de octubre no radica ni en su uso (y abuso) político ni en la valoración académica de los historiadores, más animados a los matices. Está en el ámbito de lo cultural como identidad. Forma parte de lo que somos, queremos ser o nos negamos a ser. Está en la vigencia actual y, al mismo tiempo, en su corrección. Está en la deuda con los pueblos originarios, que no implica necesariamente la devolución de sus tierras (la de ellos) y que todos los mestizos (para los indígenas “criollos”) agarren sus macundales y volver por mar o aire a África o Europa. No se puede reducir a una línea, de un plumazo, más de 500 años de historia.