El coronavirus cual Diluvio universal

Alfonso Maldonado
9 min readMar 17, 2020

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Representación bizantina del Diluvio universal, con aspectos repulsivos para nuestra sensibilidad, como aquellos que no consiguieron pertenecer al grupo que entró en el arca (Duomo di Monreale, Sicilia) https://01varvara.files.wordpress.com/2010/12/01d-monreale-st-noe-and-the-ark-e1298310106883.jpg

Me resulta complicado no asociar la pandemia del Coronavirus con el mítico relato del Diluvio Universal. Coloco “mítico”, no para degradar la calidad de inspiración y Revelación del texto bíblico, sino para poder captar mayor cantidad de detalles de acuerdo a lo que los expertos llaman “género literario”.

¿Cuál será la experiencia que esté a la base del relato del Diluvio Universal?

En realidad, es imposible de saber con certeza. La imaginación puede volar en una u otra dirección. Para los fundamentalistas, que se toman la Biblia de punta a punta al pie de la letra y que no conceden tregua a matizaciones desde el punto de vista histórico, todo ocurrió tal cual. Con lo que tendríamos varios problemas: el texto se encuentra dentro del primer bloque del Génesis, donde conviven diversos relatos, tales como dos narraciones distintas de la Creación del mundo, junto con otros relatos ancestrales ya para aquel momento. Como, por ejemplo, que Caín, primer hijo de Adán y Eva, haya temido que otros hombres lo encontrasen y mataran, por el asesinato de su hermano Abel. O que consiguiera una esposa que, ciertamente, no se trataba de su hermana. Se podría añadir la misma objeción en cuanto a Set, el siguiente hermano de Caín; o la manera como se repuebla la tierra, luego del Diluvio Universal, a partir de tres parejas. Igual que, cuando las hijas de los hombres se volvieron hermosas ( “eran atractivas” es una maña femenina de larga data, según parece), un grupo que se los llama la Biblia de Jerusalén como “los hijos de Dios” (en otras traducciones se refiere como “los gigantes”) se casan con ellas.

Si la narración fuera simplemente histórica, plana y lineal, nos causaría gran cantidad de problemas. Pues nada de las incoherencias tienen por qué estar implicadas en el misterio de Dios. Resulta más aleccionador, y no desmerece para nada a la Revelación, considerar en que estamos ante otro tipo de narración. Dentro de creencias y categorías precientíficas y que no pueden ser consideradas como crónicas de la historia, vemos dos afirmaciones fundamentales: sea por cualquiera de los relatos de la Creación, sea por la forma cómo se repuebla la tierra, en ambos se afirma que la especie humana es una, es una familia, está hermanada. No tiene que ver sobre cómo surgió el ser humano en la tierra, sino que, de una u otra manera, al final todos provenimos de un mismo origen teológico, como una Voluntad única de Dios de crear al hombre y a la mujer. Por supuesto que los cuatro primeros capítulos del Génesis ameritarían un comentario más específico.

…la especie humana es una, es una familia, está hermanada…

Otro aspecto que el autor bíblico quiere explicar, dentro de esas genealogías tan extrañas, es el origen de los pueblos que lo circundan. Al final, con las diferencias que se tengan y la pretensión davídica de dominarlos, el relato hace que dichos pueblos se reconozcan en su origen. Al igual que la antigua reacción ante el conocimiento artesanal, que viene aglutinado en grupos humanos que dominan técnicas que entonces causaban asombro. O la admiración hacia los héroes legendarios, que no alcanzaban la categoría de divinos, como entre otros pueblos y religiones, pero explicaba sus hazañas por su genealogía con los “hijos de Dios”.

Mosaicos de la basílica de San Marcos, en Venecia

El relato del Diluvio es el más extenso y estructurado entre esos primeros once capítulos del Génesis, del 6 al 9, incluso más que la conocidísima historia de Adán y Eva.

Por muy inspirada o calenturienta que fuera la imaginación del escritor, falla la idea que fuese todo a causa de su borboteante creatividad literaria. Detrás habrá alguna experiencia, aunque sea ancestral, quien sabe si archivada dentro de los arquetipos colectivos o en las tradiciones orales de los pueblos. Los estudiosos remiten a las violentas experiencias de inundaciones que ocurrían en la zona baja de Mesopotamia, causadas por los ríos del Éufrates y Tigris. Las proporciones podían ser inmensas y, quizás, la imaginación podía hacer pasar de lo vasto a lo universal. Por supuesto que es una explicación razonable, pero no la única. Quienes estudian la paleontología, arqueología, antropología además de geólogos, consideran que grandes regiones de la tierra estuvieron bajo las aguas en tiempos lejanos a la prehistoria. Los restos sedimentarios en zonas secas de restos arqueológicos de fauna marina son un indicio. Así como se habla de la era del hielo o de los glaciales, también se considera que en algún momento estos pudieron estar en estado líquido, por efecto del deshielo, en el periodo interglaciar. Además de esto, hay otras explicaciones. Pero no deja de ser llamativo que diversas civilizaciones, incluso sin conexión unas con otras, aludes a un fenómeno parecido a un gran diluvio. Hasta dentro de las tradiciones indígenas en el Amazonas venezolano, se explica la selva como la caída de un gran árbol donde hombres y animales se subieron para salvarse de la gran inundación: así los tepuyes serían la base residual de dichos árboles.

Si nos fijamos con detalle, sin pretender ser exigentes con la Biblia, el primer relato de la Creación el mundo no surge tanto de la nada, sino del caos o la confusión: por eso es que el Espíritu sobrevuela las aguas y Dios separa luego el agua de la tierra. Por supuesto que nos suena más preciso hablar de la “creación de la nada” (ex nihilo en latín), cuestión que subraya el inicio y la ruptura de la causalidad más allá del momento inicial querido por el Creador.

Pecado bíblicamente es la expresión máxima de la responsabilidad del ser humano ante el mal que lo rodea y destruye

Sea por el recuerdo arquetípico en aquel pueblo o por los mismos relatos de los pueblos vecinos (como el mesopotámico Poema de Gilgamésh ), el autor bíblico hace una relectura original y profunda. Dentro de sus categorías, sin exquisiteces teológicas de expresiones imposible de tener en ese tiempo, el relato del Génesis habla del cansancio de Dios por la pecaminosidad de la humanidad. Una vez más, explico que la categoría pecado no tiene que ver con apreciaciones escrupulosas o que maximizan cuestiones sin importancia. Pecado bíblicamente es la expresión máxima de la responsabilidad del ser humano ante el mal que lo rodea y destruye, que exculpa a Dios y a su Voluntad creadora. Algo tan serio que, con un lenguaje legendario, es la causa de la expulsión del paraíso; causa del caos (vuelta al caos primero) en las relaciones del ser humano consigo y los demás (Adán con Eva y Caín con Abel) y con la naturaleza. En todo esto sigue salvándose la concepción de un Dios que, aun cuando el texto habla de castigo, siempre termina comprometiéndose en salvar (promesa de Dios hacia Eva o salvaguarda de Caín ante los demás pueblos, que puedan matarlo). Se dice que la muerte se introdujo en la historia, luego del primer pecado, pero Dios prolonga la vida de sus hijos cientos de años, alargándolo lo más que puede, según la simbología bíblica.

Así pues, Dios ve la maldad de los hombres y se dice en su corazón que se arrepiente de haberlos creado. De ahí que se decide “exterminarlos”. Su decisión, sin embargo, no incluye a Noé, hombre justo, ni a su familia. Por lo que con él pretende salvar su creación (el hombre se transforma en causa de salvación para el resto de lo creado). Y aparece la orden de construir un arca, palabra que se recuerda al arca donde estarán contenidas las tablas de la Ley. Y establecerá con Noé una alianza (como ocurrirá luego a través de Moisés). En el relato se mezclan dos relatos: en uno, en el Arca entrará una pareja de cada animal que exista (para poder volver a poblar o crear -recrear- la tierra), y otro en que diferencia entre animales puros e impuros (de los puros, siete parejas; de los impuros, una pareja). O sea, Dios vela hasta por los animales impuros (que no podían ser consumidos ni tocados por los judíos, menos ofrecidos en sacrificio cultual).

Una vez que llueve durante cuarenta días y cuarenta noches (cuarentena) y las aguas cubren la faz de la tierra, toca el periodo de esperar que “retrocedan las aguas”. Transcurrirá ciento cincuenta días antes que las aguas retrocedan lo suficiente como para que, en el mes séptimo, el arca encalle con el monte Ararat. En el décimo mes Noé sale del arca y ofrece un sacrificio a Dios-Yahvé. Dios promete que nunca más volverá a decidir acabar con el ser humano. A pesar de que “trazas de su corazón sean malas desde su niñez”. Y deja como señal, según el texto bíblico, el arco iris, como signo de su Alianza. Luego renueva la bendición-decreto creador sobre todo lo creado para que crezcan y se multipliquen y llenen la tierra.

Resulta imposible leer el relato desde la mentalidad semítica de entonces. Inclusive una relectura cristiana, no tanto en cuanto a las referencias evangélicas del relato, apuntan en otra dirección. Para san Pedro, en su primera carta, el Diluvio es símbolo del bautismo. Y el bautismo no consiste en quitar una suciedad corporal, sino pedir una buena conciencia por la Resurrección de Jesucristo.

Una adecuada relectura del texto, tomando como clave para ello a Jesucristo (para san Pablo, Jesucristo es la lleve que permite comprender lo revelado en la antigüedad, cerrado para los judíos), la voluntad del Padre siempre es salvífica. Sea por la promesa del libro del Génesis, sea por la decisión de enviar a su Hijo al mundo para salvarlo, no para condenarlo.

San Pablo dice “si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros?” De por sí la pandemia del Coronavirus me recuerdan al Diluvio universal, en primer lugar, por lo universal. Pero, en segundo lugar, luego de una buena y cristiana lectura, y recordando el proceso por el que viven los mismos santos, como un momento de purificación. El padre Fortea reflexiona alrededor de la palabra “castigo”, muy acorde bíblicamente, pero que luego él matiza como para, dentro de ese misterio insondable de Dios, entender que ciertas cosas Él las permite, no las causa. Más que hablar de “castigo”, prefiero el de “purificación”. Me recuerda a san Juan de la Cruz, ese querido santo carmelita. Y permite también entender hacia dónde apunta la acción de Dios. No es a imponerse o conquistar por la fuerza, sino purificar de tantas cosas que arrastramos que son ajenas y contrarias a nuestra naturaleza humana, como Él la creo. “Hemos sido creados para ti y nuestra alma no descansa hasta estar en ti”, diría san Agustín.

En dicho proceso de purificación hay desde culpas y pecados hasta simple males que arrastramos como “una segunda naturaleza” (Santo Tomás de Aquino). O sea, desde hacer a propósito lo que es contrario a nuestra conciencia (seamos o no creyentes, tengamos una conciencia errada o acertada, sea ésta iluminada o no por la gracia del Señor resucitado), hasta lo que se ha hecho habitual a nosotros, porque corresponde a los parámetros desde donde se mueve la sociedad, pero que no corresponde a la dignidad humana.

Hace unos dos días vi la imagen de una mujer que parecía golpeada. Lo primero que me vino a la mente es que era un triste caso más de violencia de género. Pero sus moretones no correspondían a golpes, según dijo, sino a la mascarilla que debía usar como enfermera. Decía que estaba agotada. Que tenía miedo. Pero que seguía entregándose en contra del flagelo de la pandemia.

Cuando salgamos de esta, puede que el mundo esté algo más empobrecido materialmente. Pero el ser humano se mirará ante el espejo con otros ojos: los que no renunciaron a ser humanos y solidarios en la peor de las crisis. Valorar las sociedades y sus gestas no solo por el superávit económico ni las ganancias o el consumo o los viajes, sino por la capacidad de encarar las adversidades aun arriesgando la vida en favor de los demás. Ese sentido de amar la tierra y la patria, considerando la patria los que participan de una misma historia y cultura, como habitantes de la casa común del papa Francisco, en esa visión de poliedro, y no desenterrando nacionalismos arcaicos ni patrioterismos, caldo de cultivo para manipulaciones politiqueras.

Al final saldremos con algo de más de Jesucristo resucitado sobre nosotros y entre nosotros. También los orificios de pies y manos y la herida del costado serán testigos de la experiencia de la cruz transformada en resurrección.

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Alfonso Maldonado
Alfonso Maldonado

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Escritor. Enseñante de teología. Locutor. Fotografo. Defensor de los DDHH. Y, last but not least, sacerdote. VENEZUELA www.ficciografias.com https://www.ama

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