El desencanto por la libertad
El ser humano del siglo XXI, particularmente en regiones como Latinoamérica y cuidado si no también en latitudes más al norte, viven, me da la impresión, un desencanto de su libertad.
Puede que se esté despertando de un sueño frustrado de unos 230 años. De la libertad en lo político se pasó a una libertad personal, que lo resolvería todo. Donde el margen de acción para vivir cada quien a su modo debía desembarcar en un nuevo mundo (engañosa pretensión, porque para los hijos de la Ilustración, pues solo lo racional podía ser moral). No pretendo señalar los excesos, que pudiesen calificarse de libertinaje, ya que correría el riesgo en entrar en el terreno pantanoso de los sistemas morales, cuando existen, de las personas: ¿qué es moral y qué es inmoral?
Lo cierto es que se pensaba en esa línea. Claro que de los felices años veinte se pasó a la gran crisis. Y después a la segunda Guerra mundial. Por lo que la fe en el sistema se fue resquebrajando y, una vez que había irrumpido el movimiento hippie, con todo se pensó que era posible vivir en la periferia de los ecosistemas políticos, cada quien hiciera lo que le daba la gana.
Lo constatable es que América Latina está haciendo un nuevo viraje hacia la izquierda. Lamentablemente hacia una con ínfulas de poder hegemónico. Esto, sin considerar los trasfondos que pueda haber en las alianzas tras bastidores con la Revolución bolivariana.
¿Cómo explicar que los pueblos decidan inmolar sus libertades votando por extremismos? Por miedo a la libertad, como diría Erich Fromm.
La libertad real no es la versión happy-happy que se nos quiso vender. La libertad real puede ser oportunidad y riesgo. Cuando colapsan los sistemas (y pienso en Venezuela), el ser humano se siente abrumadoramente solo y abandonado. Resolver su vida es cuestión suya, no del Estado. Es una especie de experiencia radical de darwinismo social en la jungla del mercado (porque están ausentes las instituciones en el libre intercambio).
La referencia a esta situación de libertad y soledad, donde cada quien deba resolver lo que le toca, se da en las sociedades occidentales también, no solo la venezolana… pero con reglas. Al final, un individuo en España o Estados Unidos tiene que ver qué va a hacer para salir adelante con su vida. Por supuesto que la seguridad social española, por ejemplo, marca un plus que no lo tiene la norteamericana. Pero Cáritas de España constataba como habían aumentado en el último año los sintecho.
Sin embargo ¿por qué se da ese giro hacia la izquierda en América Latina? Por supuesto que los gobiernos tradicionales de partidos de centro izquierda o derecha han sido mezquinos con las reivindicaciones sociales. Esto, por no considerar el monopolio de los privilegios y las corruptelas. Creo que en el actual contexto el individuo de a pie no está preparado para asumir su libertad con (creatividad y con) riesgo. Al sentirse incapaces técnicamente (fracaso de la educación tradicional) como para ingresar al mercado laboral en constante transformación. O a mantener su propia empresa familiar a flote en la zozobra de una economía zarandeada por la pandemia. Así se percibe la libertad como un bien no alcanzable, más como el canto de sirenas que estrellaba contra los acantilados a los navegantes, que supone amenazas a la mera subsistencia. Al final la libertad también requiere de seguridad económica. Por tanto, ante esto, renuncia de forma implícita, con la ilusión de optar por un Estado “todopoderoso” que le brinde el calor de la protección paterna.
Evidente que detrás de esto hay más de una falacia y el juego puede tornarse tan peligroso, como echar por el desagüe a la propia democracia. O sea, los ciudadanos que tuvieron el poder de torcer el rumbo en un momento dado pueden perder los mecanismos para enderezarlo o corregirlo de nuevo.
Pero queda la pregunta si este giro sólo se dará, en el corto plazo, en América Latina ¿países de Europa y Estados Unidos están blindados para evitar dicho viraje?
La robotización y automatización de la industria y el surgimiento de grandes corporaciones, algunas depredadoras del medio ambiente, es un motivo de alarma para la pequeñez solitaria del individuo. Por un lado, hace falta el fortalecimiento e independencia de las instituciones democráticas. Por otro, hace falta quien se rebane el seso para plantearse qué van a hacer las masas hambrientas para sobrevivir. No basta con arrojarles comida desde los helicópteros de las agencias internacionales. También la mano de obra debe ser reconfigurada y la educación actualizada. Y esto con urgente eficacia. Una vez más, la tarea recae en hombros de la ciudadanía, especialmente la más lúcida para proponer soluciones.
Si bien el artículo fue escrito de manera espontánea pero concienzuda, pongo a disposición del lector el enlace con «Crisis y desencanto con la democracia en América Latina», una aproximación a la realidad del continente