El valor de lo estético

Alfonso Maldonado
5 min readAug 8, 2024

--

La Anunciación, de Fra Angelico

«Levántate y come, pues el camino que te queda es muy largo» (1 R 19,7)

Podrá parecer lo más desatinado escribir una reflexión sobre lo estético al día siguiente de la arrebatiña de las elecciones por parte de quienes están en el gobierno. Sin embargo, no pretende serlo. Si bien pudiera verse como una evasión y hasta fuga, quiere servir para estar presente.

Un personaje, para mí nada simpático, leía poesías mientras estaba montando guardia sobre los árboles entre las montañas bolivianas. Se trata de Ernesto Che Guevara. No creo fácil intentar aproximarse a su psicología: si era un idealista, un sanguinario, un trastocado o un criminal. Pero sí llama la atención el contraste entre su armade fuego y el libro de poesías.

Creo que lo estético, como lo es el arte, provoca algo único, que es el placer inmediato. Es decir, para sociedades pragmáticas centradas en lo útil y los resultados, lo estético se ofrece aquí y ahora, sin esperas y con gratuidad. Me refiero al disfrute, no la confección. Tampoco al negocio del arte, pues la propiedad de una obra valorada en miles de dólares no corre de manera proporcional con el éxtasis por lo hermoso. Ni al consumo compulsivo de imágenes de Instagram.

Para disfrutar de la belleza no hay que aguardar años a que la empresa tenga tantos dividendos, que la tienda consiga cierto número de clientes, se culmine una carrera universitaria o que se alcancen ciertos resultados políticos, como es nuestro caso. Muchos proyectos, expectativas y frustraciones nos impulsan hacia un “adelante”, que puede ser incierto, por el que hay que trabajar. Nos pone en situación de tensión hacia el futuro.

Lo estético, que es distinto, aunque no necesariamente opuesto a lo erótico, es un no-sé-que que se ofrece en la misma vivencia de contemplación. Podemos estar refiriéndonos a la experiencia de la oración, apoyada en un libro, en un ambiente o ante una imagen o símbolo. O una buena lectura de corte espiritual o romántico, filosófico o científico, de ficción o científica. O una pintura, escultura un edificio o una pieza musical, estas de carácter profano o sagrado, una iglesia o un museo, estemos allí o sea una reproducción por algunos de los medios disponibles. Y también algo tan “normal” como un paisaje que nos sorprende en una curva del camino, un amanecer o anochecer que nos toma desprevenidos; una flor, un pájaro o hasta alguno de los animalitos que nos acompañan cada día. Como también puede darse en el encuentro gratuito con la otra persona, con su mirada diáfana, su sonrisa sincera o la manera como asume situaciones de dolor, como enfermedades prolongadas o sin tratamientos eficaces. Está ahí y se me revela sin pedirme nada a cambio y sin que, a lo mejor, yo pudiera dárselo.

Media una experiencia donde los sentidos perciben la serenidad, el drama, el vértigo, la pasión, la tristeza y la redención de la condición humana. No es la violenta secreción de hormonas que obnubilan con la liberación de tensiones. Es algo más interno en lo que participa también lo sensorial, sin quedarse allí. Y en esto, dosificado como una manera de estar en la realidad, es humano y regenerador de esperanzas y energías.

Juan Pablo II, siendo joven universitario, no se sumó a la resistencia armada polaca contra los alemanes. No recuerdo sus razones, que pudiera ser la desconfianza en relación con la efectividad de la violencia. Pero lo que sí hizo, como opción personal, fue apoyar y participar de la resistencia cultural, muy ligada a preservar la identidad cultural y lingüística de Polonia. Representar en la clandestinidad obras de teatro en polaco de autores nacionales era una cuestión perseguida por las temidas SS, con el riesgo de la propia vida.

En estos días de Olimpiadas se puede recordar el cuadro de Eugene Delacroix, La libertad guiando al pueblo. Puede que no sea de las obras de arte más importantes del mundo, en relación con artistas del Renacimiento y el Barroco, pero consigue posicionarse bien. Tiene un dramatismo óptimo esta pintura romántica e incluye en escena, con sus tonos entre azules y ocres, una atmósfera cargada de polvo y pólvora, que diluyen las líneas en una imprecisión magistral.

La libertad, al modo de la Victoria de Samotracia, está representada por la mujer de torso abierto, con la bandera de Francia a su derecha y una bayoneta en la izquierda, otros elementos. Detrás sigue el pueblo, donde se encuentra el burgués, el obrero y el niño. Se abren paso sobre la muerte, figurada por los cuerpos abatidos. Conlleva una mirada romántica y heroica de los hechos ocurridos en París en 1830, año en que la pinta, que recuerda a la Revolución Francesa, de 1789. No se sabía cómo iban a transcurrir los acontecimientos, pues la del siglo XVIII sucumbió a la paranoia y la guillotina de Robespierre, horrores lejanos al canto a la libertad. Y los poderes extraordinarios que se entregaron a Napoleón por el directorio lo llevó a creer que podía reencarnar en él no tanto a Carlo Magno sino al Sacro Imperio Romano Germánico.

Una vez superada la etapa napoleónica, Francia oscila entre monarquías liberales y absolutas. Un vaivén entre revolución y restauración. Así que el cuadro transmite nostalgia y esperanza, presente en todas las revueltas de la comuna de París. Ese es el contexto se desarrolla la obra maestra de Víctor Hugo, Les Miserábles, que escribió en 1862, donde los muertos nunca están lo suficientemente muertos, a pesar de los intentos de los déspotas.

Lo estético nos transmite belleza, lo que sí vale la pena. En términos escolásticos, la belleza como conjunción de la verdad con la bondad. Nos recuerda nuestra esencia. Nos posiciona ante los valores que deben guiar la vida. Lo que somos como sociedad. Nuestra proveniencia, pero también hacia donde nos dirigimos. Es una experiencia que no requiere aguardar resignadamente a que algún día nos aborde el placer, sino que invita a cultivar la sensibilidad para disfrutarlo en este mismo instante.

En estos momentos puede que sea más que necesario que un buen libro, un paisaje, una fotografía o una pintura, por mencionar unas pocas, nos reconecte con la vida. No para vivir de lo estético como negación del otro o como fuga de la real. Sino como reencuentro con nuestra esencia, que necesita realizarse en la entrega amorosa, haciendo camino entre tantos infortunios y eventos que nos toca vivir. Es un impulso interior para mantenernos erguidos y obstinados en hacer el bien de palabra y de obra. Y afirmar que lo contradictorio no solo lo es, sino que es desatinado y absurdo, más cercano a la locura que al encanto de la existencia.

--

--

Alfonso Maldonado

Escritor. Enseñante de teología. Locutor. Fotografo. Defensor de los DDHH. Y, last but not least, sacerdote. VENEZUELA www.ficciografias.com https://www.ama