En verdad, eres un Dios escondido

Alfonso Maldonado
5 min readFeb 27, 2022

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Desde hace tiempo no me he puesto a escribir reflexión alguna. Ha habido diversas circunstancias, si bien me parece oportuno y necesario pretender hacerlo. En oportunidades han surgido destellos de lo que se podría abordar, pero no siempre han cuajado. Han sido distracciones y ocupaciones, nunca desinterés. Y las distracciones han sido por encontrarme frente a otros puntos de atención.

Sobrevino la pandemia y, por si fuera poco, la crisis de Ucrania por la invasión rusa. Con anterioridad la economía ha dado bamboleos. O sea, desde el 2007 no se levanta cabeza. Y Venezuela se muestra como metáfora de lo que otras regiones pudiesen enfrentar. De hecho, ante autores que han planteado las crisis de los modelos democráticos y el surgimiento de autocracias, para desilusión de los más optimistas, está la trayectoria de Putin. Mientras en Occidente no se levanta un líder político ni estadista con la suficiente talla como influir acertadamente. Trump, en su momento, representó el secuestro de las causas provida en un estilo de gobierno que traspasó las formas democráticas e institucionales y acarició el mesianismo despótico. En el otro bando, las opciones demócratas en Estados Unidos plantean reivindicaciones, como ha sido habitual, pero en este caso hacen avanzar agendas progres sin que se dé el espacio para cavilar mejor los alcances y consensos. Así que hay una suerte de dogmatismo en todo esto, con las posibilidades de imposición a troche y moche. Y otros liderazgos en otros países dejan mucho que desear, sin incluir el caso aparte que es España.

Dentro de este panorama, nada halagüeño, está la Iglesia. Sufriendo transformaciones, cuestión que es positiva, pese a las resistencias, pero también resquebrajada en su credibilidad por el pésimo manejo de los casos de enfermos con sotana. Algunos añoran la talla de un Juan Pablo II en el papado, sin que Benedicto XVI, por quien siento especial admiración, ni la audacia de Francisco, también digno de admirar, hayan podido colmar las expectativas de la gente ancladas en el inconsciente colectivo. En favor de Francisco, que mucho pudiera decir, plantearía que la figura de Juan Pablo II resultaría una piedra de tranca para una iglesia que busca caminar de manera sinodal. Más que por el estilo o las decisiones, cuestión que también se podría analizar, el carismático Karol Wojtyla, todo un rock star, acaparaba la luz de los reflectores, lo que pudiese haber representado una traba para la corresponsabilidad de los bautizados. Por supuesto que, sin el movimiento de masas de Juan Pablo II, junto con factores varios, sea un EWTN o el trabajo de base en las comunidades de El Salvador, el planteamiento de la corresponsabilidad y de la sinodalidad hubiera quedado para libros de biblioteca.

Lo cierto es que experimentamos una serie de situaciones que pudiesen llevar a la pregunta sobre Dios: ¿dónde está Dios? Desde las víctimas de la pandemia como los familiares de los caídos durante las protestas en Venezuela o quienes se atrincheran detrás de cualquier refugio en Kiev, la pregunta es pertinente y urgente. Equivale en otros términos a preguntarse si el amor puede seguir prevaleciendo frente al odio.

El tema del mal siempre hubiera dado dolores de cabeza si no fuera porque involucra a la totalidad de las personas. Es decir, no es una traba intelectual sino una amenaza vital. Forma parte de las argumentaciones que, por ejemplo, en el Cándido de Voltaire, tendían una zancadilla a los postulados filosóficos sobre la existencia de un Ser Superior. En medio de todo esto, cuando pareciera que son insuficientes las fuerzas de los seres humanos, se espera que Dios intervenga y prevalezca sobre el mal. Pero no se siente así.

No pretendo hacer un elenco de razones por las que esto sea así. Sencillamente las desconozco. Pero, cuando me interrogo, la referencia a la palabra de Dios me habla de un Dios escondido, no de un Dios ausente: “Verdaderamente tú eres un Dios escondido (literalmente: “el Dios que se esconde”), el Dios de Israel, el salvador” (Is 45,15), explica Mons. Silvio Báez. Si bien está lejos de ser una explicación, sí permite direccionar los interrogantes y corregir la disposición interior.

Franciscanos como Guillermo de Ockham extremaron tal afirmación, buscando salvaguardar el misterio de Dios, al punto de negar prácticamente cualquier afirmación que se pudiera hacer, fuera del ámbito de la fe como disposición, a diferencia de santo Tomás, genio que se apoyaba en la Revelación y en categorías cercanas a la metafísica aristoteliana. Esta crisis para el pensamiento teológico pudo impulsar la Devotio Moderna, con posiciones como las del Kempis, que podían apuntar hacia la mística, pero, por otro lado, el vacío argumental preparó un ambiente propicio como para la ruptura de la Reforma.

Manteniendo la convicción de la incapacidad humana de reducir a Dios a conceptos (santo Tomás recordaba en su Suma Teológica que más sabemos lo que Dios no es que lo que Dios es), la Biblia afirma que el Señor es un Dios escondido que sale al paso de los que lo buscan. San Juan de la Cruz lo desarrolla de manera lírica en su Cántico Espiritual, como un movimiento en salida, de búsqueda, que no se detiene sino hasta que consigue a su Amado (expresión que el santo usa para referirse a Dios). Y lo hace presentando una suerte de Cantar de los Cantares, que es la imagen que subyace a los versos.

Disponerse a la búsqueda implica la aceptación de lo efímero y provisional, puesto que se está “de camino”. No consiste solo en dejar pasar el tiempo. Es más, es un dinamismo, puede decirse que dialéctico, de muerte y resurrección interior que llevan a la transformación del encuentro y abrazo divino.

En estos tiempos tan particulares, en que ha habido una especie de consumismo en el supermercado de las ofertas espirituales, el encontrarse con el Dios escondido, que no ausente, es todo un proceso de purificación interior. De hecho, ninguna tradición religiosa que sea relevante como para admirar, ha sucumbido a la tentación de ofrecer una experiencia divina como si fuera una instantánea sobredosis de opiáceos.

Queda la pregunta sin contestar: ¿cómo esto rebosará hasta alcanzar la historia humana?

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Alfonso Maldonado
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Escritor. Enseñante de teología. Locutor. Fotografo. Defensor de los DDHH. Y, last but not least, sacerdote. VENEZUELA www.ficciografias.com https://www.ama

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