Entre tuercas y apagones

Alfonso Maldonado
7 min readFeb 10, 2020

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Estar a oscuras. Con una oscuridad que gravita en lo absurdo. Con la incomprensión de los por qué. Sin razones que puedan ser la hoja de parra que cubra la desnudez.

El año comienza con mezcla de suspensión, suspenso y aceleración. Mientras los comercios se desvelan de la racha navideña, con sumas de algunos y restas de otros. El bono del Petro fue otro fiasco. Usurpación sobre el inventario que se remató entre desesperados. La política de un 6 d enero, que impidió sesionar a la Asamblea Nacional. Un “presidente”, Parra pero sin pudor, se presta a la tramoya. Una diputada justifica la venta de su voto y conciencia, porque 50 mil euros los necesita su familia para dejar de pasar hambre. Otra, se niega a la trata de conciencias, pese a la oferta de tratamiento contra el cáncer. Veinte días después muere. Los obispos se levantan temprano con el año, porque comienza con Conferencia Episcopal, mensaje al país, visita de la Divina Pastora y alaridos del gobierno por las prédicas y mensajes de estos.

La semana pasada estaba en el Sambil. Es el más grande centro comercial de Barquisimeto. Era el punto de confluencia para acordar como punto de reunión a los miembros del equipo de producción de Voces Solidarias, el programa de la Red de DDHH de Lara. Terminada la reunión, uno de los integrantes invita unos helados. En ese momento me llama el mecánico desde Maracay, donde tengo el carro. La conversación se extiende lo suficiente como para atraer sobre mí la mirada de quienes esperaban mi elección de helado. En mi conversación no alcanzo a distinguir una voz que se proyecta amplificada, hueca y repetitiva en todo el ambiente. Sólo sabía que los colores eran más tenues. Hasta grisáceos. Eran poco más o menos que las 6 de la tarde, cosa que sirve de explicación parcial.

Concluye mi conversación y caigo en cuenta que esa voz cansina estaba invitando a evacuar los espacios, como si fuera para refugiarse en imaginados refugios antiaéreos. La luz, esa que viene por cable, se ha ido. No hay forma de mantener el vigor de la actividad comercial. Es más, me quedo sin helado, y le reponen a la chica el dinero en efectivo que le fuera previamente debitado de su tarjeta bancaria. Nada malo, cuando el efectivo escasea, con problemas prácticos para el uso del transporte público.

Una semana y algo antes…

Algo más de una semana me había desplazado a Caracas. De forma sorpresiva, a un familiar le habían dado cita para una operación el lunes 20 de enero. Era la segunda que buscaba fijar la retina desprendida hacía ya 2 años. Esa que estuvo pautada para 6 meses después de la primera. Primero debieron ser los aires, luego los equipos, los que dejaron de funcionar. Más tarde se robaron algo. O fue al revés… lo cierto es que el Hospital Vargas, el mismo que pisó el doctor postulado a Beato.

Este familiar terminó ese lunes como paciente en la joya de la corona, un hospital IPASME, un servicio originalmente creado para la protección de los educadores de las instituciones públicas. Un asunto tan emblemático que retrata al presidente Chávez a la entrada, en cantidad de poses, una de tantas es haciendo de oftalmólogo. En esas instalaciones, dicen, no falta nada. Y esa fue la experiencia de esta familiar. Y de otros pacientes. Unas instalaciones y servicio que contrastan con el resto del país ¿cómo se llega hasta allí?

Operación y postoperatorio. Consulta al día siguiente y luego a la semana. Mientras tanto, estar en Caracas. En ese extraño hormigueo de una ciudad que se niega a dejar de ser metrópolis. Intercambios extraños, donde se juntan negocios lícitos e ilícitos. Flujo de dólares que nunca delatan sus orígenes. Solo impulsan la economía. O la economía de una minoría, mientras el resto debe sobrevivir entre $ 3 mensuales, bonos y la espera de las cajas CLAP, como si fueran maná celestial.

Todo se cotiza en dólares, sea en billete americano o la tasa del día. Una semana en un ambiente distinto. Entre ocio y disposición. Las compras habituales aquí y allá. La escasez de medicamentos y, por lo tanto, los recorridos interminables, si no se corre con suerte.

Pensando en los retornos

Ocurrió el día anterior a mi viaje de retorno. Había dejado a este familiar en su casa. Antes de viajar, quise hacer unas compras domésticas. Con el tiempo encima, pues en Venezuela pueden los negocios cerrarse hacia las 5 pm, por inseguridad y falta de clientes, fui a comprar unas verduras. No más de 10 minutos y fui a comprar pan. No moví el carro. La panadería estaba a 20 metros. Unos 5 minutos, a lo sumo, porque en Venezuela uno pide el queso para que lo rebanen en el momento, al peso que se quiera. Regreso al carro. La puerta está abierta.

Mi sorpresa raya en entre el asombro y la duda. Si las prisas han dejado vestigios en puertas abiertas. Pero no era abierta: era entreabierta. Reviso el carro: todo bien por dentro. Voy al motor: se ve bien, está la batería. Enciendo el motor: se oye bien. Regreso a casa.

Al día siguiente me apuro por salir. En principio, debo ayudar a una persona cercana a cargar una ayuda en comida. Hago unas compras últimas y, cuando veo mi celular, el problema está resuelto. Solo me queda regresar a Barquisimeto.

El camino de vuelta es tranquilo y ameno. Viendo los diversos carros averiados de conductores desafortunados. Y preguntándome cuándo me ocurrirá, pues las estadísticas no fallan. Por lo menos tranquilo hasta la Victoria, población cercana a Caracas. Esfuerzo el motor un poco, para que adquiera algo más de vuelo y así adelantar, y escucho el equivalente a un disparo que apaga el motor. La inercia y la pendiente ayuda a orillar el carro. Estar en una autopista, accidentado, en Venezuela, es una tragedia. Debes salir cuanto antes de esa situación. Los minutos pasan y se sabe que ha habido temporadas en que uno podía transformarse en carnada para tiburones. Internamente me siento sereno. No es poca cosa.

Pasan apenas unos minutos, cuando un hombre está trayendo su grúa. Se para. Mientras él me examina, yo lo examino. Tanto él como yo queremos saber ante quién estamos. Paulatinamente las defensas comienzan a distenderse. Me ayuda a chequear si el problema es eléctrico, de combustible… hace unas pruebas. Al final no queda otra que usar sus servicios. Bienhechores ayudan en momentos como este. Nos trasladamos a Maracay. Un familiar está al tanto. Él y su mecánico… En el camino el de la grúa me relata sus aventuras trabajando en la autopista: como ha esquivado la muerte y el robo en oportunidades, la de él y la de gente que se ha conseguido por el camino.

Abordo de la extrañeza

Llego a Barquisimeto al día siguiente de lo pautado. Es 29 de enero. El carro se ha quedado atrás, con un mal presentimiento. Mientras alguien me lleva, Juan Guaidó conquista el mundo. La pregunta es “¿sirve esos contactos?” Yo siempre lo afirmo, sin conseguir precisar qué tanto. Como siempre digo, el mundo puede hacer lo suyo, los políticos que parecen honestos también, pero los demás debemos hacer lo que nos corresponde. Tan sencillo y kantiano como eso.

Al día siguiente de mi llegada, justo minutos después de la reunión con el equipo de Voces Solidarias, el programa de la Red de Derechos Humanos de Lara, recibo la llamada del mecánico. Esa que ocurre mientras el sistema de audio advierte, como si de bombardeos se tratase, que había que desalojar el centro comercial. El diagnóstico, que se pensó al principio que fuera una válvula de aceite defectuosa o semi-calcinada, entre el calor, la calidad y la mala viscosidad de los aceites, es otra. Solo que no tenía aceite. La imaginación y la memoria se alían, cosa que no siempre ocurre, y repasa las escenas de la semana anterior. El aceite fue medido en diversas oportunidades y nunca se registró una mancha de aceite cuando el vehículo estuvo estacionado. No puede ser, digo yo. Me dice que sí. Le explico. Me explica. Concluye: se robaron el aceite…

Siguió un silencio de introspección. En Venezuela los aceites se roban. Los de los carros. Si la población gana de USD 3 a 5 al mes, Un litro de aceite en USD 4 es inalcanzable. La compra de aceite usado… o robado, es una alternativa lógica, pero criminal. Es lo que me pasó con absoluta certeza. Me habían robado el aceite en algún momento de descuido, con la experticia de quien resuelve el viscoso desalojo en cuestión de segundos. Pudo ser que algo mínimo quedase. Y la confabulación de un sensor averiado debió completar la escena del crimen. El daño resultó colosal.

Se supo que Juan Guaidó estaba en Florida. En Florida estuvo el presidente Trump. El último regresó a Washington para el tradicional discurso del estado de la Unión. Mientras se esperaba ver cómo Guaidó iba a regresar a Venezuela, en Estados Unidos estaba el ambiente del impeachment. Un asunto doméstico podía repercutir directamente en cómo se desenvuelvan los acontecimientos de mi país. Trump, tan vilipendiado por cantidad de razones, era el gran aliado con el cambio que se necesita, como la recuperación de las instituciones y democracia.

Vía internet sigo el discurso. Me interesa en parte porque tengo un compromiso con la gente, tanto como sacerdote (predicador) como por laborar en la radio. Algún mensaje ya había insinuado que Juan Guaidó estaba por la galería. Esperé a ver si era cierto. En efecto, en un momento determinado, con el clímax propio de un showman, Trump presentó a Guaidó y hasta la Pelusi se levantó de su asiento para aplaudir, junto con ambas cámaras y ambos partidos.

La efímera consistencia de las conclusiones

¿Cómo se hilará todo esto? Solo sé que debo vivir cada día. En mis labores como un actor más dentro de este proceso histórico. Desde mi identidad de sacerdote, locutor, profesor de teología y, sobre todo, como defensor de DDHH. Como todo venezolano, sacando números y cuentas. Y con convicción ciudadana. Entre tuercas y apagones.

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Alfonso Maldonado
Alfonso Maldonado

Written by Alfonso Maldonado

Escritor. Enseñante de teología. Locutor. Fotografo. Defensor de los DDHH. Y, last but not least, sacerdote. VENEZUELA www.ficciografias.com https://www.ama

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