No me resigno…
No me resigno a resignarme
a dejar de asomarme por las ventanas al amanecer,
a renunciar a seguir oteando el horizonte vespertino.
O sucumbir a teñir de grises la policromía que viste cada día,
a diluir a ocres tonalidades los colores con que otros adornan sus vidas.
No me resigno a resignarme
a ya no asombrarme por los albores del día nuevo.
A desacostumbrarme del estupor que envuelve la magia con que vuelan las mariposas.
A dejar de ver en las montañas un portento de las fuerzas telúricas del cosmos.
No me resigno a resignarme
a reducir la inmensidad del océano como si fuera un putrefacto charco de agua.
A que mi piel ya no se estremezca cuando se encuentra salpicada por la lluvia.
A pensar que la filigrana que crea el rocío tenga la obligación de estar allí cada mañana.
No me resigno a resignarme
a que las miradas de los demás ya no calcen con las mías.
Que la sonrisa de los otros pierda el poder de secuestrar mi tristeza.
Que las manos ya no se encuentren con otras, también vestidas por miocardio.
A no percibir la novedad que existe cuando se encuentran los ojos de enamorados.
No me resigno a quedarme sin mañana.
A vaciar mi maleta de novedades.
A vivir anclado en el pasado.
A que los recuerdos no susurren novedades.
A dejar de oler las rosas.
A que el viento pase de largo sin rozarme.
A sucumbir al absurdo.
A olvidarme de saberme traspasado.
A conformarme con ser una fragilidad sonora,
cuando estoy poblado de asombros.